¿Vivirán los hijos peor que sus padres?

En la última década, el pesimismo económico ha calado en España. Las principales causas han sido la crisis más larga y profunda desde la llegada de la democracia, una falsa salida de la misma para numerosas familias y unos gobiernos que no han ofrecido soluciones a los principales problemas de la población. En dichos años, los grandes números (los del país) siempre tuvieron más importancia que los pequeños (los de las personas).

En términos generacionales, los más afectados han sido los jóvenes. En concreto, quienes en 2008 tenían entre 18 y 35 años. La mayoría de ellos han soportado problemas de muy diversa índole: paro, bajos salarios, empleos precarios y puestos de trabajo indeseados. En este último caso, generalmente por ocupar uno por debajo de su cualificación profesional.

En dicha etapa, los hijos no pudieron ayudar a sus padres, sino que éstos, a veces con exiguas pensiones, tuvieron que rescatarlos. Por tanto, el pesimismo económico no solo caló entre los primeros, sino también entre los segundos. Frases como “mis descendientes vivirán peor que yo” o “estoy preocupado por mi futuro, pero mucho más por el de mi hija (menos de 10 años)” alcanzaron una gran popularidad.

Los economistas sabemos que el futuro económico viene determinado principalmente por tres variables: el crecimiento de la productividad de los trabajadores, la distribución de la renta y el nivel de desempleo. Otras, tales como la tasa de inflación y el déficit público, tienen una importancia indirecta, pues su evolución afecta a varias de las anteriores.

De todas ellas, la más importante es la primera. A largo plazo, el nivel de vida promedio de una población aumenta aproximadamente lo mismo que lo hace la productividad de los trabajadores. Ésta casi siempre ha incrementado de forma continua en los países capitalistas, hasta el punto de que es difícil que disminuya durante algún ejercicio.

En un año, donde no exista ni creación ni destrucción de ocupación, puede crecer a un ritmo elevado (más del 2%) o reducido (menos del 1%), pero solo en circunstancias excepcionales la productividad por empleado bajará y prácticamente nunca lo hará la establecida por hora trabajada. Si lo hace a un ritmo del 2,5%, el nivel de vida medio se duplicará cada 28 años; en cambio, si solo crece a un 0,8%, aquél necesitará para doblarse 87.

Dichos datos nos conducen a ser optimistas respecto a nuestro futuro. No obstante, otros provocan que moderemos dicha confianza. Los economistas sabemos que un incremento de la inversión ayuda a incrementar la productividad. Sin embargo, desconocemos cuáles son las tecnologías que más conviene desarrollar, las características de las máquinas que debemos priorizar y el tipo de educación que más ayudará a nuestros hijos a afrontar los retos del futuro. En este último aspecto, es posible que la mejor desde una perspectiva económica sea una de las menos deseables desde una óptica social y humana.

Desde la llegada de la democracia, el impulso de la productividad nunca ha constituido una prioridad para nuestros gobiernos. Uno de los motivos ha sido una visión a corto plazo del país, otro una elevada tasa de paro, tanto en etapas de expansión como de recesión. Una gran creación de ocupación prácticamente siempre es incompatible con un considerable incremento de la producción por trabajador.

En materia de distribución de la renta, desde la década de los 80, el triunfo del neoliberalismo ha provocado que ésta haya empeorado en la mayoría de los países occidentales. Para la indicada corriente económica, es importante el nivel de crecimiento, pero completamente secundario su reparto entre la población.

Durante la última década, dicha distribución ha empeorado en España. El coeficiente de Gini, que es más elevado cuanto más desigualdad existe, ha pasado del 31,9% en 2007 al 34,1% en 2017. En el conjunto de la Unión Europea, en la primera fecha era el 11º país con peor distribución, en la última el 5º.

Finalmente, con la finalidad de que el desempleo no suponga un grave problema económico, es urgente realizar una reforma laboral. No obstante, ésta no debe tener como objetivo crear cualquier tipo de ocupación, tal y como pretendió la recientemente efectuada por el PP, sino una estable y de calidad.

Para ello, es imprescindible eliminar la distinción entre asalariados temporales e indefinidos, otorgando proporcionalmente los derechos de los segundos a los primeros, y especialmente sustituir de forma parcial las políticas pasivas de ocupación (subsidios al desempleo) por activas (las que mejoran la cualificación y la empleabilidad de los trabajadores).

En definitiva, nuestros hijos tendrán un mayor nivel de vida que nosotros. El principal motivo será una productividad superior a la nuestra. Ésta, junto a la llegada de numerosos inmigrantes y el retraso en la edad de jubilación, permitirá pagar las pensiones de la generación del baby boom, sin menoscabo de su poder adquisitivo.

Aunque nuestros futuros gobiernos no ayuden, las nuevas tecnologías de la información y comunicación, empezadas a desarrollar a finales del pasado siglo, probablemente serán las principales culpables de dicho incremento. El principal problema al que nos enfrentamos es que unos pocos quieran quedarse con lo que nos corresponde a todos. No obstante, eso usted lo puede evitar votando. Si elige el partido equivocado y éste le perjudica, la culpa solo será suya.