La caída de Wall Street: ¿gripe o infarto?
La macroeconomía generalmente conduce a elevadas y rápidas caídas bursátiles si existe la expectativa de que irá mucho peor o notablemente mejor de lo previsto. En principio, el aspecto clave no lo constituye la coyuntura actual, incluso tampoco la futura, sino la posibilidad de que esta última sorprenda positiva o negativamente. Por eso, una de las frases bursátiles más célebres es “comprar con el rumor y vender con la noticia”.
A veces, las malas perspectivas no se confirman y las bolsas no tardan en ganar lo perdido, e incluso finalizan el año mucho mejor de lo que lo han empezado. Un buen ejemplo lo constituye el ejercicio de 2016. Entre el 1 de enero y el 11 de febrero, el Dow Jones perdió un 10,12%, debido a que los inversores creyeron que la desaceleración económica de China sería notablemente mayor de lo inicialmente esperado y descontaron una gran depreciación del yuan respecto a las principales monedas mundiales.
Al desplazar aquélla la demanda de bienes desde los países desarrollados hacia el asiático, el PIB de los primeros disminuiría y, por tanto, también lo harían los beneficios de sus empresas. Una vez los inversores observaron que, a la depreciación del yuan advertida en enero, no le seguían otras de similar o mayor magnitud, las perspectivas económicas cambiaron y las ventas de acciones se transformaron en compras. Al final del año, el saldo del Dow Jones fue positivo, pues se revalorizó un 13,41%.
En otras ocasiones, las expectativas sorprenden de forma negativa, pues la realidad es mucho peor de la prevista. En dichos casos, el período bajista es notoriamente más largo y la magnitud de la caída más pronunciada que en el indicado anteriormente. Un ejemplo de ello tuvo lugar entre el 10 de octubre de 2007 y el 3 de marzo de 2009, etapa en la que el Dow Jones perdió un 53,5%
La escasa mano de obra disponible en EEUU, junto con el comparativamente elevado aumento salarial, han provocado una variación al alza de las expectativas de inflación de los inversores
La gran recesión inmobiliaria de finales de la pasada década no generó únicamente un importante problema de liquidez en numerosos bancos, siendo inicialmente ésta la principal repercusión negativa para numerosos economistas y analistas bursátiles, sino que también provocó una crisis de solvencia que puso en peligro el sistema financiero de EE.UU y el mundial. Una vez efectuado el correcto diagnóstico y adoptado las medidas necesarias, principalmente el rescate de numerosos bancos y la realización de una política monetaria ultraexpansiva, el Dow Jones abandonó la tendencia bajista y empezó a subir.
La subida, con escasas interrupciones, se prolongó hasta el 1 de febrero de 2018. En dicho período, el índice más popular de las finanzas mundiales pasó de los 6.547,05 a los 26.186,71 puntos (actual record histórico). Es decir, una espectacular revalorización del 299,97%. Sin duda, uno de los períodos expansivos más extensos y de mayor alza de su larga historia (nació el 26 de mayo de 1896).
No obstante, en unos pocos días, la euforia se ha transformado en preocupación. El motivo ha sido la pérdida del 5,21% de su valor durante la pasada semana. Una elevada caída para un período de tiempo tan corto. Un movimiento que han seguido las principales bolsas mundiales debido al temido efecto contagio. Por dicha razón, entre el 5 y el 9 de febrero, el Eurostoxx 50 y el IBEX 35 cayeron un 5,6% y un 5,59%, respectivamente.
En esta ocasión, la causa argüida es la aceleración de la economía norteamericana. En concreto, la culpa es atribuida al mercado laboral. A diferencia de lo que tradicionalmente sucede, el problema no es su deficiente evolución, sino un funcionamiento casi idílico. En enero de 2018, el nivel de ocupación fue casi el de pleno empleo (la tasa de paro se situó en el 4,1%) y el aumento de los salarios ascendió al 2,9% interanual, siendo ésta la mayor subida desde 2009.
Mi impresión es que 2018 no será un mal año para la Bolsa de EEUU
La escasa mano de obra disponible, junto con el comparativamente elevado aumento salarial, han provocado una variación al alza de las expectativas de inflación de los inversores. Dicho cambio, al unirse a la incertidumbre generada por el cambio de presidente de la Reserva Federal, les han llevado a descontar más subidas de tipos y de mayor magnitud de las inicialmente previstas.
En concreto, el consenso del mercado esperaba inicialmente tres aumentos de tipos de interés en 2018, cada uno del 0,25%. Por tanto, estimaba que a final de año el principal tipo de referencia se situaría en el 2,25%. Ahora, los más pesimistas, piensan que puede llegar a alcanzar el 3%.
Dichas expectativas han provocado una significativa subida del tipo de interés a largo plazo de la deuda pública de EEUU y han situado el del bono a 30 años por encima del 3% (3,165% el pasado viernes). Una nivel que un creciente número de inversores estima que pronto será historia, pues el tipo de interés de dicho bono alcanzará en los próximos meses el 4%. Una cifra que ya será atractiva para los inversores bursátiles más conservadores, quiénes previsiblemente recogerán las grandes plusvalías acumuladas en bolsa durante los últimos años e invertirán la mayoría de los fondos obtenidos en renta fija.
Lo sucedido durante la semana pasada en los mercados bursátiles me parece una gripe fácil de curar
Antes de que dicha situación se produzca, los inversores más nerviosos han actuado y deshecho posiciones. Al incremento de las ventas también han contribuido de forma importante los automatismos del mercado. No obstante, mi impresión es que 2018 no será un mal año para la Bolsa de EEUU, pues el crecimiento del PIB superará holgadamente el 3% y la tasa de inflación subirá menos de lo ahora previsto, debido especialmente a la apreciación del dólar y a la caída del precio del petróleo durante los próximos meses.
Para aquellos que no confíen en mis predicciones, les quiero recordar lo que sucedió en 1994. En dicho ejercicio, Greenspan subió el tipo de interés seis veces y lo llevó desde el 3% hasta el 5,5%, sin reducir en una elevada medida el crecimiento del PIB tanto de dicho año como del siguiente (en 1994 y 1995 lo hizo en un 4% y 2,7%, respectivamente). A pesar del perjuicio causado por dichas subidas, el índice Dow Jones se revalorizó un 2,14%.
Por las razones indicadas, lo sucedido durante la semana pasada en los mercados bursátiles me parece una gripe fácil de curar. Nada que ver con un infarto, como pueden ser calificadas las crisis bursátiles de 2000 y 2008. No obstante, en los próximos tiempos, la propensión a la gripe aumentará, pues el mercado norteamericano ha perdido un gran estabilizador bursátil, al dejar de comprar deuda la Reserva Federal el pasado octubre. A los asustadizos siempre les quedará el parchís.
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