¿Por qué baja la bolsa?.
Entre el 1 y el 26 de octubre, la mayoría de los índices bursátiles de los países occidentales han sufrido una brusca caída. A priori, uno de los más afectados debería ser el IBEX 35, pues a las cotizaciones de las compañías les perjudica tanto el proyecto de presupuestos generales como la sentencia del Tribunal Supremo sobre quién ha de pagar el impuesto de las hipotecas. El primero por qué aumenta los impuestos sobre las empresas, la segunda por qué supone una reducción de las ganancias futuras de la banca.
No obstante, ha sucedido exactamente lo contrario. En el período indicado, el IBEX 35 ha bajado un 7%, algo menos que el principal índice italiano (un 9,8% el FTSE MIB), francés (un 9,6% el CAC 40), norteamericano (un 8,7% el S&P 500), alemán (un 8,5% el DAX 30) o británico (un 7,6% el FTSE 100). La magnitud de las caídas es bastante homogénea, una característica que parece indicar que los inversores están más preocupados por los problemas económicos y políticos internacionales que por los nacionales.
Así, la Bolsa italiana, a pesar de la batalla política que mantiene el gobierno del país con Bruselas y la elevada subida de la prima de riesgo (43 puntos básicos), solo ha caído dos décimas más que la francesa. La elevada incertidumbre sobre las características del Brexit tampoco parece que explique significativamente la disminución observada en las cotizaciones de las empresas británicas, pues la Bolsa de Londres baja nueves décimas menos que la de Frankfurt.
Una de las principales razones de los descensos es la excesiva prudencia de los inversores. Todos los índices señalados, excepto el español y el italiano, alcanzaron durante los meses previos del actual ejercicio su máximo histórico. Un dato que nos indica que poseen elevadas plusvalías potenciales acumuladas y, en consecuencia, mucho que perder si cualquier nuevo problema económico o político conduce a una profunda y prolongada caída bursátil.
En este contexto, los inversores suelen exagerar las malas noticias e infravalorar las positivas. Por tanto, a igualdad de una y otras, creen que existen más razones para vender que para comprar acciones. No obstante, en los últimos meses, los motivos psicológicos no han sido la única razón para vender, sino que también han tenido importancia los temas económicos, pues las perspectivas de la economía mundial han empeorado.
A corto plazo, la mayor amenaza proviene del auge del proteccionismo. Una tendencia que perjudica notoriamente a las compañías multinacionales. Por un lado, los aranceles provocan un aumento del precio de sus productos. Por el otro, las restriccionescuantitativas (cuotas) a las importaciones les obligan a trasladar producción de unos países a otros, siendo el coste en los primeros inferior al observado en los segundos. Por tanto, sus ventas disminuyen y también sus ganancias por unidad vendida. El resultado es una disminución de sus beneficios.
El segundo nubarrón lo constituye la continuada subida de los tipos de interés en EE.UU. Durante el actual ejercicio, la Reserva Federal ha aumentado el tipo de referencia del 1,25% al 2% y el nivel de los bonos a 10 años se ha situado, desde el 18 de septiembre, de forma ininterrumpida por encima del 3%.
El primer factor ha hecho que la política monetaria pase de ser acomodaticia a neutral y un creciente número de inversores sospecha que en 2019 tendrá un carácter restrictivo. En otras palabras, en un período escasamente superior al año, la Reserva Federal pasará de estimular el crecimiento económico a disminuirlo para lograr un mayor control de la inflación.
El segundo provoca que la renta fija a largo plazo vuelva a ser una opción atractiva para un creciente número de inversores, pues para muchos de ellos la rentabilidad del 3% es el umbral que supera una inversión interesante de la que no lo es. Debido a ello, no es de extrañar que progresivamente empezamos a observar ventas de acciones y compras de bonos.
El tercer problema lo configuran numerosos países emergentes con un elevado endeudamiento privado y/o público en dólares y a tipos de interés variables. La apreciación de la moneda norteamericana les perjudica notablemente y también las subidas de tipos previstas por la Reserva Federal durante el próximo año.
Si su gestión es deficiente, caerán en una severa crisis. Si es correcta, depreciarán su moneda para aumentar considerablemente sus exportaciones y restringirán su demanda interna con la finalidad de controlar el aumento de inflación generado por la depreciación. Sea uno u otro el caso, sus ciudadanos comprarán menos a las empresas multinacionales de lo que lo hacen en la actualidad. Por tanto, sus beneficios disminuirán.
En definitiva, la coyuntura económica internacional ha cambiado. Ha pasado de un cielo claro a nubarrones que amenazan tormenta. Ésta no pasará de una clásica borrasca de verano si EE.UU continua teniendo un crecimiento vigoroso y Europa estimula la demanda interna. No obstante, una de carácter torrencial puede venir cuando el país americano entre en recesión por las continuas subidas del tipo de interés de referencia de la Reserva Federal. Dudo mucho que suceda antes del segundo semestre de 2020.
Por tanto, aunque la Bolsa española está barata (el PER del IBEX se sitúa en 13,15), los inversores nacionales deberían ser extremadamente selectivos en sus inversiones y tener paciencia. Las mejores oportunidades probablemente estén en compañías que operan exclusivamente o preferentemente en el mercado nacional, pues es bastante probable que la economía española siga creciendo durante los tres próximos años por encima del 2,5%.
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