Alemania: el país parásito
La coyuntura de la economía mundial tiene mucho que ver con la situación de sus principales países. En concreto, con la de las cuatro grandes potencias: EEUU, China, Japón y Alemania. Dos son los primordiales motivos: representan la mitad del PIB mundial y sus políticas económicas actúan como un acelerador o un freno del crecimiento del resto de naciones.
El primer papel lo desarrollan si las compras realizadas al exterior superan a las ventas. En términos más técnicos, cuando los pagos exceden a los ingresos obtenidos por el intercambio de bienes, servicios, rentas y transferencias. Es decir, si su balanza por cuenta corriente presenta un déficit. En cambio, el segundo lo efectúan, cuando dicha balanza tiene superávit.
En la presente década, entre los países grandes, EEUU ha sido el único que, por los anteriores motivos, ha pagado más al exterior de lo que ha ingresado. No obstante, la diferencia ha sido moderada, pues, entre 2011 y 2016 tuvo un déficit medio del 2,5% del PIB. En términos absolutos, un importe inferior a la suma de los superávits conseguidos por los otros tres países. En consecuencia, en el período indicado, dichas naciones no ayudaron a acelerar el crecimiento de la economía mundial, sino que contribuyeron ligeramente a reducirlo.
El superávit exterior de Alemania entre 2011 y 2016 supuso un freno para el crecimiento del resto de naciones
El principal culpable de la anterior actuación fue Alemania. Entre 2011 y 2016, tuvo un superávit promedio del 7,3% del PIB, una cifra muy superior al 2,1% de China y al 1,9% de Japón. En otras palabras, su ahorro nacional fue muy elevado. Una situación que sucede cuando un país se beneficia en gran medida de la demanda del resto del mundo, pero éste escasamente de la suya. En el argot recibe el nombre de país parásito.
El elevado superávit tuvo como principales causas un sustancial incremento de sus exportaciones y uno reducido de sus importaciones. El gran volumen de sus ventas al exterior fue principalmente consecuencia de la vocación internacional de las empresas alemanas y de la magnífica imagen de marca de sus productos.
El primer aspecto les permitió penetrar en una elevada medida en múltiples mercados exteriores, al disponer en ellos de unos excelentes canales de comercialización. El segundo hizo que sus manufacturas y bienes de equipo fueron más apreciados por su calidad que por su precio. Una característica que, ante eventuales apreciaciones del euro, impide que disminuyan notoriamente sus exportaciones.
El escaso incremento de las importaciones estuvo relacionado con el reducido crecimiento económico obtenido. En la etapa señalada, el PIB alemán aumentó a una tasa promedio del 1,6%, claramente decepcionante para un país que no soportó en la pasada década la explosión de una burbuja especulativa en su mercado residencial. Incluso inferior al de naciones, como EEUU y Reino Unido (2,1% y 2%, respectivamente), que sí la padecieron.
La decepcionante evolución del PIB alemán fue una consecuencia del orden de prioridades de los sucesivos gobiernos de Angela Merkel. A diferencia de la mayoría de los ejecutivos, su principal prelación no fue el aumento del nivel de vida de los ciudadanos, sino la consecución de un superávit público, pues el mantenimiento de un bajo nivel de inflación es competencia del BCE.
Las políticas de Angela Merkel no solo no han beneficiado a la economía mundial, sino que la han perjudicado, pues en lugar de acelerar su crecimiento, lo han reducido
Constituye un principio completamente ideológico y, en períodos de crisis o estancamiento económico, totalmente contrario al pragmatismo. Es lo que hizo que en 2012 Alemania consiguiera un déficit presupuestario nulo y un exiguo crecimiento (0,5%). En cambio, el Reino Unido y EEUU tuvieron el primero mucho más elevado (8,2% y 6,7%, respectivamente) y el segundo significativamente superior (1,5% y 2,2%).
Indudablemente, en el pasado los más afectados por dicha prelación fueron el resto de países de la zona euro. Dos constituyeron los motivos principales: sus exportaciones no crecieron al ritmo deseado y muchos se vieron obligados a realizar recortes en el gasto público y subidas de impuestos. El resultado fue una etapa de crisis mucho más larga de lo ineludible En la actual década, hemos tenido que esperar siete años para ver crecer al PIB de la eurozona a un ritmo equivalente al 2,5%.
En definitiva, las políticas de Angela Merkel no solo no han beneficiado a la economía mundial, sino que la han perjudicado, pues en lugar de acelerar su crecimiento, lo han reducido. El continente más perjudicado ha sido Europa, pues sus países son los que más comercio realizan con Alemania. En especial, la eurozona, porque las naciones que la componen fueron obligadas a aceptar, con entusiasmo o contrariedad por parte de sus dirigentes, la prevalencia del equilibrio en las cuentas públicas sobre cualquier otro objetivo de política económica.
A diferencia de lo ocurrido en los años anteriores, es muy posible que en el próximo futuro EEUU y China impulsen la demanda mundial. No obstante, si tal y como parece, Trump lo hace excesivamente, a medio plazo el país norteamericano se convertirá en un grave problema para la economía mundial.
El principal acelerador debería ser Alemania, pues tiene acumulado un nivel de ahorro que le impediría tener dificultades futuras. No obstante, dudo mucho que lo haga, si Angela Merkel sigue como canciller federal de Alemania. Espero y deseo que éste sea su último mandato. Ha hecho mucho daño a la economía mundial y especialmente a la europea.
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