¿Qué debe hacer un gobierno cuando la economía va mal?
Una de las principales actuaciones que debe realizar el gobierno de un país es determinar la manera en que crecerá el PIB. De las variables que elija, dependerá la duración del ciclo económico expansivo y también el grado de dependencia de la coyuntura internacional.
Desde la perspectiva del gasto, el PIB se divide en demanda nacional y exterior. La primera equivale al dispendio en bienes y servicios que hacen los ciudadanos de un país en productos nacionales durante un determinado período de tiempo. Las principales partidas que la integran son el consumo privado, la inversión en bienes de equipo y en construcción y el gasto público. La segunda es la diferencia entre las exportaciones e importaciones.
De dichas partidas, las dos más importantes son el gasto de las familias y las ventas al exterior. En 2017, la primera representó el 56,5% del PIB español y la segunda el 34,3%. La inversión en construcción solo significó un 10,3%, un nivel sustancialmente más bajo del 21,1% observado en 2006.
Por regla general, en casi todos los países, las dos anteriores variables suelen ser las principales generadoras de crecimiento. No obstante, únicamente pueden impulsarlo en gran medida a la vez si la competitividad de los productos nacionales está basada esencialmente en su calidad. En otras palabras, sí lo está en la productividad de los trabajadores y no en sus bajos salarios. Una circunstancia que actualmente sería posible en Alemania, pero no en España.
En un gran número de ocasiones, un país no puede crecer de la manera que quiere, sino simplemente como puede. A veces, incluso el contexto económico hace imposible el crecimiento. Éste era el caso de España en 2012. Un elevado déficit público (9,64% del PIB en 2011), la existencia de serias dudas sobre si la Administración podría sufragar los intereses de la deuda pública, la imposibilidad de devaluar en gran medida la moneda porque no tenía una exclusiva y la práctica de la austeridad por la mayor parte de la Unión Europea, el principal destino de nuestros productos (66,2%), hizo que el país no pudiera huir de la recesión.
En dicho contexto, si el país quería seguir en la zona euro, el gobierno del PP debía centrarse en reducir el déficit público y aumentar la competitividad de las empresas españolas. Y así lo hizo. Debido al primer motivo y a la elevada tasa de paro, la demanda nacional sería una rémora durante un tiempo para el crecimiento del PIB y la exterior su impulsora. Para el segundo aspecto, era imprescindible mantener bajos los salarios, pues la productividad de los trabajadores, si no es por una gran destrucción de empleo, no se dispara de un año a otro.
Los motivos anteriores hicieron que el modelo económico de Rajoy tuviera como principal impulsor del PIB a las exportaciones. A pesar de que en 2015 la coyuntura internacional cambió de forma muy favorable para España, el PP no alteró en una sustancial medida el patrón de crecimiento. Por eso, mantuvo la reforma laboral y aceptó que casi año tras año los salarios de los trabajadores perdieran poder adquisitivo.
En el ejercicio de 2018, un entorno económico internacional favorable (casi un huracán) se transformó en desfavorable (fuerte viento en contra) principalmente por el auge del proteccionismo, la desaceleración económica de China y el menor de crecimiento de numerosos países emergentes.
En la nueva coyuntura, el mantenimiento de las exportaciones como principal impulsor del PIB hubiera hecho que el país cayera en una situación de estancamiento económico. La manera de impedirlo consistía en cambiar la demanda externa por la nacional como motor de crecimiento. No obstante, solo conviene hacerlo si el país vive por debajo de sus posibilidades y tiene superávit exterior. En 2017, éste era del 2,2% del PIB y era el segundo más elevado desde la llegada de la democracia.
Por tanto, la estrategia seguida por el PSOE, consistente en convertir al consumo privado (a través de la subida de salarios), la inversión en construcción y el gasto de las Administraciones Públicas (mediante una escasa reducción del déficit presupuestario) en los motores del crecimiento del PIB, constituye un acierto. Permitirá que la economía del país continúe en expansión y sea una de las tres que más crezcan de la zona euro en 2019.
No obstante, el modelo actual tiene duración limitada. En el actual ejercicio, o como muy tarde en el próximo, el superávit exterior se convertirá en déficit. Si éste sobrepasa el 4% del PIB será la señal de que el país pronto volverá a una recesión y de que Sánchez se ha convertido en Zapatero bis. En otras palabras, su política económica habrá sido desastrosa.
En definitiva, lo que hasta ahora ha hecho el PSOE es lo que indican los buenos manuales de Economía. Puede haberlo realizado con pleno conocimiento o por puro electoralismo. No obstante, el resultado es el mismo: un completo acierto. El mismo que tuvo Aznar cuando entre 2001 y 2003 hizo que la demanda nacional, y específicamente la inversión en construcción, aumentara significativamente su participación en el PIB.
En la etapa señalada, la mayoría de los países occidentales pasaron por una recesión o una fase de estancamiento económico. El principal desencadenante fue la explosión de la burbuja de la nueva económica en abril de 2000. Entre 2001 y 2003, España creció un promedio del 3,4%, mientras que la zona euro se quedó en un 1,2%. Si Sánchez está haciendo casi lo mismo que Aznar, ¿por qué el PP le critica tanto? La respuesta ya la conocen.
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