¿Es rentable invertir en oro?

por Gonzalo Bernardos

 

Un activo refugio puede ser también uno seguro. No obstante, no siempre lo es, aunque numerosos inversores así lo consideren. Las principales diferencias entre ambos son dos: un diferente período de protección y una distinta evolución de su precio tanto en un contexto propicio como desfavorable.

Los primeros tienen como objetivo proteger el capital únicamente en coyunturas adversas, los segundos en cualquier circunstancia. No obstante, mientras la mayoría de éstos casi siempre generan una escasa rentabilidad real, aquellos pueden proporcionar en distintas etapas grandes plusvalías, elevadas pérdidas o solo la conservación del dinero invertido

Todos los activos seguros tienen la consideración de refugio, pero no sucede lo mismo a la inversa. Entre los primeros están casi siempre la renta fija de los países avanzados y los locales situados en el centro comercial de las principales ciudades del mundo. Los depósitos a plazo fijo, un producto bancario, también poseen la anterior cualidad.

No obstante, para las personas adineradas, estos últimos pierden dicha característica en una crisis bancaria, los bonos del Estado cuando la solvencia del país es dudosa (los del reino de España entre 2010 y 12) y los locales en la actual coyuntura.

Entre los activos refugio, además de los anteriores, destacan el oro, la plata y el dólar. El último por ser la moneda mundial de referencia, especialmente en los mercados financieros. También por su frecuente revalorización respecto a las divisas de la mayoría de países emergentes, principalmente cuando éstos padecen una crisis o la sufre la economía global.

A lo largo de la historia, el principal ha sido el metal amarillo. En la actualidad lo sigue siendo y dudo mucho que en el próximo futuro sea desplazado por alguna divisa nacional o criptomoneda. Una función facilitada por sus múltiples propiedades, pues es escaso, duradero, divisible, homogéneo, difícil de falsificar, fácilmente canjeable por cualquier moneda (líquido) e imposible de manipular su valor por ningún gobierno.

A pesar de ello, no es un activo seguro, pues su precio es mucho más volátil que cualquier otro que tenga la anterior característica. En las últimas tres décadas, han existido períodos donde se ha revalorizado notablemente y otros en los que ha perdido una sustancial parte de su valor de mercado.

Según el FMI, entre los primeros destacan 2002-2012 y 2016-3º trimestre de 2020 con un aumento medio anual del 16,1% y 11,1%, respectivamente. Entre los segundos poseen una especial relevancia las etapas 1997-2001 y 2013-2015. En aquella la disminución promedio por año se sitúo en el 6,9%, siendo en ésta del 11,4%.

La oferta de oro proviene de dos fuentes: la producción minera y el deseo de adquisición de otros activos de inversión por parte de sus propietarios. La primera es escasamente relevante y en el futuro difícilmente tendrá más importancia que ahora. Las escasas vetas descubiertas en los últimos años, así como la dificultad y carestía del proceso de extracción del mineral en la mayoría de ellas, así parecen indicarlo.

En la demanda sucede lo mismo. Además de la de inversión, existe la realizada por la industria y las familias. La primera lo utiliza como materia prima por constituir un buen conductor de la electricidad, ser maleable y resistente a la corrosión. La segunda tiene como destino el lucimiento personal y proviene principalmente de China e India. La participación de ambos tipos en las transacciones mundiales difícilmente supera el 15%.

Por tanto, el precio del metal precioso viene determinado principalmente por la oferta y la demanda de inversión. Su importe  baja cuando los inversionistas se decantan por las ventas para adquirir otros activos y sube si hacen lo contrario.

La mejor coyuntura para el oro tiene lugar cuando el dólar se deprecia respecto a las principales monedas mundiales, la renta fija ofrece escasas alternativas rentables y los bancos centrales incrementan considerablemente el dinero en circulación. Es exactamente la situación actual y los anteriores constituyen los principales motivos que explican el aumento del 22,2% del precio de sus futuros en los tres primeros trimestres del año.

También favorece a su cotización las compras realizadas por bancos centrales para defender en el futuro su divisa de depreciaciones indeseadas y las tensiones geopolíticas, ya sean por motivos económicos, militares o políticos. El aumento de la incertidumbre global siempre le beneficia.

A diferencia de lo que creen algunos inversores, en los países desarrollados el oro no es un buen refugio contra el incremento de la inflación. No le favorece que suba, sino que se reduzca. Un incremento sustancial del IPC normalmente conduce a otro de los tipos de interés de la renta fija y convierte a ésta en más atractiva. El resultado es la venta de la materia prima y la adquisición de letras del Tesoro, bonos u obligaciones.

Indudablemente, el activo que más influye en el precio del oro es el dólar. La correlación suele ser inversa. Cuando la divisa americana se deprecia, el metal precioso generalmente aumenta su importe de venta y lo disminuye si aquélla logra una apreciación. Los motivos son dos: el precio de la materia prima se expresa en dicha moneda y ambos activos compiten en la economía mundial por ser el principal depósito de valor.

En definitiva, el oro es un metal precioso cuyo precio suele subir cuando la economía va mal. Por eso, tiene la consideración de activo refugio. No obstante, no es seguro, sino de elevado riesgo debido a la gran volatilidad de su cotización. Puede proporcionar elevadas plusvalías, pero también grandes pérdidas.

Entre enero de 1991 y septiembre de 2020, su precio ha aumentado un 398,4%. En cambio, la tasa de inflación de EEUU (el oro cotiza en dólares) únicamente ha ascendido a un 97,6%. En dicho período, la rentabilidad real ha sido del 152,2% y la media anual del 1,423%.

Indiscutiblemente, una cuantía al alcance de numerosos activos de escaso riesgo, tales como múltiples bonos de países desarrollados y empresas con elevada solvencia. Por tanto, desde una perspectiva de largo plazo, en el pasado la rentabilidad conseguida no ha compensado el riesgo incurrido. En el futuro, como en casi todos los demás activos, es una incógnita.