El gran cambio en la Unión Europea: nuevas reglas para una nueva economía
En la actual década, la política económica efectuada en la Unión Europea (UE) será muy diferente a la realizada en la pasada. Un gran cambio derivado de unas distintas prioridades y de las repercusiones de tres sucesos de distinta índole: la aplicación de la austeridad, la aparición de una pandemia y la generación de una guerra en el continente.
En el reciente pasado, las reglas económicas las dictaron los directivos de las grandes empresas. No lo hicieron de manera directa, sino interpuesta. Los principales ejecutores de sus directrices fueron los líderes de los países del norte de Europa, tanto los cristianodemócratas como los liberales o socialistas. En las decisiones adoptadas, los dirigentes de las naciones del sur tuvieron una escasa influencia, incluidos los franceses.
Para los anteriores políticos, cualquier medida beneficiosa para las multinacionales europeas también lo era para los países que integraban la UE. Por tanto, compartían plenamente la frase que Charlie Wilson, presidente de la principal compañía norteamericana productora de automóviles, dijo en 1955 en el Senado: “Lo que es bueno para General Motors es bueno para EEUU, y viceversa”.
Una visión que supuso la aplicación en la UE de los principales dogmas del neoliberalismo: libre comercio, baja inflación y reducido déficit presupuestario. El primero fomentó la deslocalización de la industria al Sudeste Asiático. El segundo comportó un escaso crecimiento de los salarios de los trabajadores y una pérdida de su peso en el PIB. El tercero gripó el motor económico que antaño había sido el gasto de las Administraciones públicas.
No obstante, en el segundo lustro de la pasada década, algunos líderes del norte de Europa comenzaron a desconfiar de las supuestas ventajas de una política económica basada en los anteriores principios. La insatisfacción de numerosos ciudadanos con su nivel de vida comportó el auge de las formaciones populistas y puso en peligro la tradicional hegemonía de los partidos clásicos de derecha e izquierda moderada.
Por eso, cuando llegó la pandemia, ninguno de los principales políticos europeos propuso la aplicación de la austeridad económica. La solución planteada fue un gran aumento del gasto público y el olvido del rigor presupuestario. El Covid–19 también puso en duda las grandes virtudes del libre comercio, pues en un primer momento en numerosos países europeos faltaron respiradores, equipos de protección para sanitarios e incluso mascarillas.
Con posterioridad, una rápida recuperación económica y una operativa a medio gas de los principales puertos del mundo durante varios meses generó un gran incremento del precio de las materias primas y una deficiente funcionamiento de la cadena logística mundial. El resultado de ambas fue el regreso de una elevada inflación a los países desarrollados. Un problema que se ha visto agravado por la gran dependencia de numerosas naciones europeas del petróleo y gas de Rusia y los cereales y el aceite de girasol de Ucrania.
Una distinta coyuntura, junto con las lecciones ofrecidas por el reciente pasado, exige un gran golpe de timón. Los líderes políticos deben ser el capitán del barco y relegar a marineros a los directivos de las grandes multinacionales. Las nuevas medidas económicas deben poner los intereses de los ciudadanos por encima de los empresariales, tener un carácter más pragmático que ideológico y reducir la dependencia de la UE del resto del mundo.
Desde mi perspectiva, los principales cambios que vendrán serán los siguientes:
1) Una mayor soberanía energética. Es lamentable que la UE siga financiado la invasión de Ucrania porque no puede prescindir de la compra de petróleo y gas ruso. Ni ha diversificado suficientemente las importaciones de la segunda materia prima ni ha hecho nada para generar más energía por métodos convencionales. Por dicho motivo, me parece una buena medida la construcción de nuevas centrales nucleares en su territorio.
2) Una transición más lenta hacia una economía verde. Los lobis empresariales medioambientales del norte de Europa han sido muy hábiles, hecho de Greta Thunberg un icono ecologista mundial y logrado que la Comisión Europea (CE) fije como principal prioridad a medio plazo la consecución de la neutralidad climática. Según el plan previsto, en 2050 el CO2 emitido a la atmósfera por los países de la UE equivaldrá al absorbido.
En mi opinión, en los próximos años la CE ha de continuar con su apuesta por las energías renovables y eliminar lo más rápido posible el carbón como fuente de generación de electricidad. En la etapa de transición, las centrales nucleares y de ciclo combinado deben tener una papel fundamental, pues emiten menos CO2 que la mayoría de las otras convencionales.
En la actualidad, los peligros de una rápida transición han quedado al descubierto, así como la escasa disposición de una gran parte de la población para soportar sus elevados costes. Por ello, el orden de prioridades de la CE debería ser el siguiente: asegurar el suministro de energía, producir el máximo posible en su territorio de la forma más barata y menos contaminante y sustituir progresivamente las energías convencionales por las renovables.
Unas nuevas prelaciones más realistas que harán que se invierta en nuevas centrales nucleares un capital que en gran medida hubiera sido destinado a la construcción de molinos de viento y placas solares. Un paso atrás en la transición hacia una economía verde, pero uno hacia adelante en la soberanía energética y en la bajada del precio de la luz.
3) Un mayor gasto público. El Covid–19 ha demostrado el gran peligro que suponen los recortes en la sanidad pública y concienciado a una gran parte de la población de la necesidad de dedicar más dinero a dicha prestación. Dos motivos que deberían aumentar el gasto sanitario en relación al PIB.
La invasión de Ucrania por Rusia ha comportado el retorno de la guerra al continente europeo y hace temer en el futuro un ataque del segundo país a otra nación. De repente, el gasto en defensa que muchos ciudadanos consideraban prescindible se ha vuelto indispensable. Por tanto, muy probablemente incremente en los próximos años.
La mejora del nivel de vida de numerosas familias constituye una necesidad electoral para muchos partidos moderados de derecha e izquierda. Un logro que es más fácil de conseguir si la Administración les ofrece gratuitamente algunas prestaciones sociales adicionales. Entre ellas estarían una disminución de las listas de espera de la sanidad pública, un aumento del número y la cuantía monetaria de las becas y más formación laboral gratuita.
4) Un proteccionismo estratégico. La política comercial de la CE ha de asegurar la suficiente producción en la UE de múltiples bienes y servicios esenciales para las familias y empresas. En los últimos años, aquélla se ha dirigido a favorecer la exportación de manufacturas por parte de las grandes empresas mediante la firma de nuevos acuerdos de libre comercio.
La nueva orientación supondría la realización de un proteccionismo estratégico y selectivo. Si fuera generalizado, sería un gran error. Dicho proteccionismo conduciría al retorno de una parte de la industria deslocalizada en las últimas dos décadas y a la generación de un elevado número de puestos de trabajo en la industria.
5) Una inflación más elevada. El aumento de los salarios reales de los trabajadores será superior al observado en la última década por unas normas laborales más favorables a sus intereses, un sustancial aumento de la ocupación en el sector industrial y la escasez de mano de obra cualificada.
El mayor aumento salarial estimulará la demanda de bienes de las familias y un gasto público más elevado de la Administración. Ambos efectos producirán un incremento de la inflación. Este también se verá favorecido por las restricciones establecidas a la llegada de múltiples productos fabricados en el Sudeste Asiático. Un comercio que en las dos últimas décadas permitió a la UE importar desinflación.
En definitiva, el fracaso de las medidas de austeridad, el Covid-19 y la invasión de Ucrania por Rusia obligarán a los países de la UE a realizar sustanciales modificaciones en sus políticas económicas. Un gran transformación que, si se efectúa en la dirección prevista por el autor, mejorará la vida de muchas familias y disminuirá los privilegios actuales de las grandes empresas. Más que nunca, ¡viva el cambio!